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AP.- El calor dentro del vagón del tren era tan abrumador como la ansiedad. Los sobrevivientes ucranianos de uno de los asedios más brutales de la historia moderna estaban en los minutos finales de su viaje hacia una relativa seguridad.
Algunos llevaban con ellos únicamente lo que tenían a mano cuando aprovecharon la oportunidad de escapar del puerto de Mariúpol en medio de un incesante bombardeo ruso. Algunos huyeron a tal velocidad que sus familiares que aún padecen hambre en la gélida ciudad a orillas del Mar de Azov ni siquiera están al tanto de que se han ido.
“Ya no existe la ciudad”, dijo Marina Galla. Lloraba frente a la puerta de un hacinado compartimiento de tren que estaba ingresando a la ciudad de Leópolis, en el oeste de Ucrania.
El alivio de quitarse de encima semanas de amenazas y carencias, de ver cadáveres tendidos en las calles y de beber nieve derretida ante la falta de agua fue superado por la tristeza al pensar en los familiares que dejó atrás.
“No sé nada de ellos”, comentó. “Mi madre, mi abuela, mi abuelo y mi padre. Ni siquiera saben que nos fuimos”.
Al verla llorar, su hijo de 13 años la besó una y otra vez, ofreciéndole algo de consuelo.
Según las autoridades de Mariúpol, casi el 10% de los 430 mil habitantes de la ciudad han escapado en la última semana, arriesgando su vida en las caravanas que salen.
Los recuerdos aún están muy vívidos en la mente de Galla.
Durante tres semanas, ella y su hijo vivieron en el sótano del Palacio de Cultura de Mariúpol para resguardarse de los constantes bombardeos rusos, tomando la decisión de albergarse en el subsuelo después de que el horizonte se oscureció por el humo.
“No teníamos agua, ni luz, ni gas, y estábamos completamente incomunicados”, comentó. Cocinaban las comidas al aire libre con leña en el patio, incluso durante los momentos de ataque.
Y después de escapar finalmente de Mariúpol con el objetivo de tomar un tren hacia la seguridad en el oeste, los soldados rusos en los puntos de revisión les hicieron una aterradora sugerencia: Sería mejor que se fueran a la ciudad de Melitópol, bajo ocupación rusa, o hacia la península de Crimea, anexada por Rusia.
Es una sugerencia que los residentes encuentran ridícula después de que los rusos bombardearon el miércoles un teatro en Mariúpol donde se refugiaban gran cantidad de personas, incluidos niños, y luego de que las autoridades declararan el domingo que una escuela de arte del puerto en la que había cientos de personas refugiadas también fue bombardeada.
Durante el viaje de varias horas en tren, los sobrevivientes compartieron sus experiencias con otros pasajeros. Incluso los residentes de otras ciudades ucranianas que han sido atacadas u ocupadas por las tropas rusas ven a Mariúpol como un ejemplo de horror.
Yelena Sovchyuk, una residente de Melitópol, compartió un compartimiento de tren con una familia de Mariúpol. Les compró comida, contó. No tenían nada salvo por una pequeña bolsa.
“Todos los que son de ahí están en una profunda conmoción”, dijo Sovchyuk.
Recordó haber visto en la carretera las caravanas que salían de la sitiada ciudad. “Hay una manera de distinguir un carro de Mariúpol”, dijo. “No tienen cristales en sus ventanas”.
Con enorme desdén, Sovchyuk dijo que en medio de la tremenda devastación los soldados rusos aún alentaban a los ucranianos a huir hacia Rusia, asegurando que es por su seguridad.
El Consejo Municipal de Mariúpol ha dicho que miles de residentes fueron trasladados a Rusia en contra de su voluntad en la última semana. El domingo, separatistas respaldados por Moscú en el este de Ucrania informaron que 2 mil 973 personas han sido “evacuadas” de Mariúpol desde el 5 de marzo, incluyendo 541 en las últimas 24 horas.
Una madre abrazó a un adolescente lloroso al pie de los escalones. Una anciana con pañoleta recibió ayuda para descender del tren y se alejó en silencio. Otra permaneció inmóvil con sus bolsos, viendo la escena detrás de sus gruesos anteojos. Su vecina, que escapó con ella, dijo que algunos vehículos que salieron con ellos en la caravana fueron atacados.
Con el cabello desaliñado y abrazada por su familia, Olga Nikitina lloró sobre el andén.
“Empezaron a destruir nuestra ciudad, por completo, casa por casa”, contó la joven. “Había batallas en cada calle. Cada casa se convirtió en un blanco”.
Los disparos rompieron las ventanas. Cuando la temperatura de su apartamento cayó por debajo del punto de congelación, Nikitina se mudó con su madrina, que padece cáncer y cuida de su anciano padre. Poco después llegaron los soldados ucranianos y les advirtieron que su casa sería atacada.
“Escóndanse o váyanse”, les dijeron los soldados.
Nikitina se fue. Los demás estaban demasiado débiles para irse. Ahora, al igual que tantos sobrevivientes de Mariúpol que lograron escapar, no sabe qué fue de aquellos que se quedaron atrás.